26.4.06

de una Neme muy triste

Saben? Había escrito toda una historia sobre HA y lo triste que me tenía, tal vez la suba luego, pero acabo de descubrir pq es que me alejé de HA, pq es que me tiene tan triste y que siento que no es lo mismo.

Dany me lo dijo una vez. La magia de HA, somos las personas que estamos dentro. La magia de HA para mi, eran todas ustedes, era poder verlas, poder hablar con ustedes, poder pasar horas posteando y reposteando por el simple hecho de estar con ustedes, de saber que todas estábamos juntas, que aunq nos separaran miles de kilómetros, de tener siempre una pantalla de por medio. Pero perdí esta magia, febrero me hizo perder esa magia, el haberlas decepcionado, el no haber podido vivir eso con ustedes, después de ese momento ya nada fue igual, pero mi relación con ustedes había aumentado... no podía pasar ni un día sin verlas, necesitaba hablar con ustedes todo lo que fuera posible, el saber que lo que me pasara estarían ahí para mi y que supieran que yo lo estaría para ustedes, que algo tan simple como el lavarme los dientes, ver un programa, incluso escuchar una sola frase o ver cierta comida me hiciera pensar en ustedes, pero no se que pasó, ahora siento que ya no están ahí, que ya no puedo hablarles como antes, y supongo q lo reflejo, pq siento que ustedes tampoco pueden hablar conmigo. Como es que pasó eso? Como es que las perdí? Como es que dejamos de tener esa confianza? Solo pq no pude estar? Pq mi vida fuera de la red se tornaba complicada? Es estúpido... lo único que me mantenía fuera del querer tirarme de la ventana cada día eran ustedes, pero ahora no tengo ni eso, el hablar con ustedes, el ver lo que pasa hace que mis ganas de perderme en la nada aumenten. Odio sentir esto, y lamento si esto no es lindo de leer, pero tenía q decirlo, tenía q sacarlo. Solo tengo que decir un par de cosas antes de acabar. Estoy muy triste, estoy muy dolida de que no me hayas dicho, si es importante para ti, si te hace feliz, me hace feliz a mi, es importante para mi, puedo entender que te lo hayas guardado, es cierto que mi amistad con ella es más larga que la que tengo contigo, pero aún así podrías haber confiado en mi, no hubiera dicho nada. Y con esto quiero decir, que no importa lo que pase, no importa lo mal que me sienta en este momento, las quiero, las quiero mucho y eso no va a cambiar, son importantes para mi, son importantes en mi vida pq me hicieron crecer, son importantes pq son personas maravillosas, y no quise perderlas, pero aparentemente ya lo hice, y no se como es q pasó eso. Lamento que haya pasado, pero parece que no hay mucho que hacer ya.

Por cierto, hace dos días me llegó la carta de rechazo de la beca... quise decírselos las pocas veces q las vi, pq ustedes más q nadie habían compartido eso conmigo, pero no pude.

13.4.06

en el que la autora (o la Neme) divaga sobre Dumas y sus libros.

Había escrito ya otra cosa, y a fe mía que era lindo, bueno, tal vez no era la gran cosa, pero al menos era más personal, por decirlo de alguna manera, pero no puedo evitar escribir esto, Dumas en realidad me hace pensar en nada más que sus libros, no por nada son mis favoritos! Aunq tengo que admitir una cosa, adoro a Dumas, siempre lo he dicho, pero no he leído más que estos tres libros suyos, aunq estoy por empezar uno q se llama, me parece, 45 hombres, o 45 espadas... algo así, y estoy buscando el Conde de Montecristo, q por laguna extraña razón no he encontrado, pero adoro a Dumas, adoro sus libros, estos tres los he leído, releído y más una y otra vez, simplemente no me cansa, además, desde la primera vez he llorado en las partes que deben hacer llorar a una (y además soy una llorona, pero la verdad que vale llorar!! Es tan triste!!) no puedo evitarlo! Desde la primera vez q los mosqueteros se reúnen para ver como se han ido todos por caminos separados, en esa q parece en un principio q ya nada podrá unirlos... lloré y lloré y seguiré llorando!! Es horrible >< !! Y otra vez estoy q muero entre lágrimas, recién acabé con el Vizconde y, Hades!!! Como me hace llorar!! Es espantoso >< pero amo ese libro, diría que el Vizconde es mi favorito de no ser que los otros dos también me parecen terriblemente maravillosos, no puedo evitarlo, es del tipo de libros que una vez que los tienes en las manos simplemente no puedes bajar, no puedo dejarlo hasta q se acabe, esta vez, haciendo gala de las vacaciones, he terminado al querido Vizconde en tres noches, amo ese libro >< !!

Además, tengo q decir una cosa q nada q ver con los libros, excepto por el nombre. De todas las películas que he visto al respecto, la que me parece menos mala, aunq nada acertada es la última de la Máscara de Hierro, pero tiene sentido, una película que tenga a Malkovich, Irons y Depardieu ya es desde un principio buena, o así lo veo yo, ellos tres son de los que considero grandes en lo que hacen, la peli es terriblemente rosa, lo cual el libro no es nada, para empezar, la poca importancia q le dan al pobre Raúl, estúpido Raúl!! >< !!! Me costó leer el Vizconde tres veces para empezar a no-odiarlo o-O pero es q no puedo evitarlo, por su tontería es que mi amado Athos pierde todas las ganas de vivir, todo por una estúpida niñita!! Estúpida Luisa, a ella la odio aún más!! Aunq es una tontería de Raúl el enojarse... hago berrinche pq mi prometida prefiere ser cortejada pro el rey, si bueno, ya sabíamos q La Valliere es estúpida, afortunadamente su futuro es malo, es su culpa la muerte de Raúl!! Así q bien merecido se lo tiene! >< !! Si la niña se hubiera dignado al menos en escribir una notita a Raúl q dijera: mi querido Vizconde, le amo como puedo amar a un hermano, pero mi amor es para el rey... tan complicado era?? Tal vez así Raúl se hubiera casado con María en Londres y toos serían felices!! >< !! Pero eso no se ve en la peli... pero aún así me gusta, además, quién mejor q Malkovich para hacer el papel de Athos?? La vdd q están perfectos los personajes, incluso Artagnan, incluso Luis!! Aunq debo decir una cosa, la segunda vez q leí el Vizconde, aunq ya sabía que pasaba, esperaba q el pobre Felipe (o Phillip, si lo prefieren o-O) quitara a su hermano del trono y todo, aunq mi tío siempre dice que no se puede saber de cierto cual de los dos es el que queda en el trono, yo sigo creyendo que es claro que fue el Luis original, aunq tengo q aceptar que al final hay partes en las que he pensado que es su hermano, sea como sea, mientras leía me esperaba que llegara de repente diCaprio y sacara a Luis del trono, pero no llego diCaprio (gracias a Hades!!). Es triste la última aparición del pobre príncipe, la tengo guardada con el resto de las partes, pasajes, capítulos, frases que me parecen importantes del libro, las fui anotando mientras leía. Mi tío me regañó, dice que así no puedo disfrutar el libro (es gran fan de Dumas mi tío, por él es que empecé a leerlo) pero por Hades q lo disfruté igual que siempre!! Leí, reí, lloré y luego anotaba, así luego podía torturarlas a ustedes con mis capis favoritos; aunq hubo algunas que si me perdí, recuperé unas cuantas, pero por ejemplo, por estar metida en los celos del duque de Orleáns, me olvidé de anotar una de las mejores frases referentes a Enriqueta, y cuando la busqué otra vez no la encontré, y es una lástima pq era buena! Pero yo hablaba de la última vez q se ve a Felipe, no es muy larga, no se preocupen.


XCV. Prisionero y carceleros.
        -Venid caballero,-dijo SaintMars bruscamente al preso al ver que persistía en mirar más allá de las murallas.-Venid, repito, caballero.
        -Decid monseñor,-gritó desde su rincón Athos a Saint-Mars con una voz tan solemne y terrible, que el gobernador se estremeció de los pies a la cabeza.
        Athos exigía el respeto a la majestad caída.
        El preso se volvió, al tiempo que Saint-Mars decía:
        -¿Quién ha hablado?
        -Yo,-respondió Artagnan, mostrándose en seguida.-Ya sabéis que está en la orden.
        -¡No me llaméis caballero ni monseñor!-dijo a su vez el preso con voz que conmovió a Raúl hasta lo más hondo de sus entrañas;-¡llamadme maldito!
        El preso siguió adelante, y tras él chirrió la férrea puerta.
        -¡He ahí un hombre desventurado!-exclamó con voz sorda Artagnan, mostrando a Raúl el calabozo del príncipe.



Y el estúpido de Raúl va y se hace matar, desventura la del pobre Phillip!! Él tenía a una mujer mil veces mejor q la estúpida La Valliere y la dejó por un capricho infantil!! Los odio a todos!! Además, no se, las mujeres de este libro no son lo q eran al principio, el capítulo en el que la Chevreuse va a hablar con Aramís, Colbert y la reina, bien podría llamarse: en el que Dumas demuestra que aún en esta época hay mujeres de verdad. Es que por Hades que no hay comparación!! Yo leía las tonterías de las niñas de la corte, y no se podía comparar en nada lo que había sido cuando Luis XIII, la corte es tan diferente! Cuando Treville era capitán y Luis XIII reinaba, eso era una corte!! Eso eran intrigas! Eso es lo que este libro no tiene! Las doncellas son todas tan tontas! Ya nadie sabe lo que es una intriga, no saben lo que es destrozar a sus competidoras!! Nadie se compara con la legendaria María Michón!! Oh!! Qué será de la pobre María Michón?! Ella si que sabía como manejarlo todo! Me encanta esa parte en la que le saca no-c-cuantos escudos a Colbert. Aquí están las cartas auténticas de Mazarino, repuso la duquesa don dejar de reírse; y además, de estar ellas en vuestras manos, la duquesa de Chevreuse se ha desnudado en vuestra presencia como si hubierais sido... no quiero decirlo para que no os enorgullezcáis ú os enceléis. Hades! Q de todas me parece la mejor mujer del reino, ella, y, porque no? Milady, era una bruja, pero si que sabía como hacer las cosas! Si hasta su vástago, era bueno en algo!

En fin, ahora si las dejo, aún tengo miles de cosas que hacer, pero quería poner esto, luego les digo pq desaparecí esta vez, es una historia muy rara, milagrosa!! Y no se, too ha sido extraño, desde el sábado q han pasado mil cosas, es jueves y estamos bien... ya veremos, ya veremos xDD las quiero mucho!! Miles de besos.

8.4.06

de más Dumas

No lo puedo evitar, era algo q iba más allá de todas mis fuerzas!! Prometo q intentaré q este sea el último capi q les ponga por un tiempo, pero es q esta parte de la historia, q es terriblemente buena!! >< !!!

Prometo q para la próxima les hablaré de la emboscada, del secuestro, de mi madre o algo, pero por ahora les dejo con el capítulo IV de los Tres Mosqueteros.

El hombro de Athos, el Tahalí de Porthos y el pañuelo de Aramís.
        Artagnan, furioso, había atravesado la antecámara en tres brincos, y precipitándose hacia la escalera, contaba asimismo bajar sus escalones de cuatro en cuatro, cuando, impulsado por la violencia de la carrera, fue a chocar contra un mosquetero que salía de la habitación de Treville por una puerta secreta, y golpeándose con la frente en un hombro, le hizo dar un grito, o por mejor decir, un aullido.
        -Perdonad- dijo Artagnan, tratando de continuar su carrera;-perdonad, pues estoy muy de prisa.
        No había bajado aún el primer escalón cuando sintió una mano de hierro que le asió fuertemente por el cuello y le detuvo .
        -¡Estáis de prisa!-exclamó el mosquetero pálido como la cera;-¿y os parece que basta con un simple “perdonad” para excusar vuestro atropello? De ningún modo, joven. ¿Creéis, porque habéis oído hoy al señor de Treville, hablarnos ago descortésmente, que puede tratársenos del mismo modo que él nos habla? Estáis muy equivocado, camarada, vos no sois el señor de Treville.
        -A fe mía-respondió Artagnan, que reconoció a Athos, el cual después que el doctor terminó la cura se volvía a su habitación;-a fe mía que tropecé con vos sin querer y no habiéndolo hecho de intento. Os he pedido perdón. Me parece bastante. Os repito, sin embargo, bajo palabra de honor, y acaso hago más de lo que debiera, que estoy de prisa, muy de prisa; con que así, soltadme, os lo suplico, y dejadme ir a lo que tengo que hacer.
        -Caballero,-dijo Athos soltándose,-no tenéis educación; ya se conoce que acabáis de llegar desde muy lejos.
        Artagnan había ya bajado tres o cuatro escalones, pero a la observación que hizo Athos, se detuvo.
        -¡Por vida mía!, caballero-exclamó-venga de donde quiera, no seréis vos el que me haya de dar una lección de cortesanía; yo os lo aseguro.
        -Puede que si,-dijo Athos.
        -¡Ah! Si no estuviera de prisa-exclamó Artagnan-y no me urgiera más pillar a otro...
        -Señor apresurado, a mi me podéis encontrar sin necesidad de correr, ¿entendéis?
        -¿Y dónde?
        -Junto al Carmen Descalzo.
        -¿A qué hora?
        -A las doce del día.
        -¿A las doce? Bien, ahí estaré.
        -Procurad no hacerme esperar mucho, porque os prevengo que a las doce y cuarto seré yo el que corra tras de vos y os cortaré las orejas a la carrera.
        -Bien,-dijo Artagnan;-estaré a las doce menos diez minutos. Y apretó a correr como si el diablo le llevara, esperando encontrar a su desconocido, el cual con el paso lento al que caminaba, no podía estar todavía muy lejos.
        Pero en la puerta de la calle estaba Porthos hablando con uno de los guardias. Había entre ambos el espacio justo para que pasara un hombre, y creyendo Artagnan que ese espacio era bastante, se lanzó por entre ellos. Desgraciadamente no había contado con el viento, el cual, a tiempo de pasar Artagnan, arremolinó la capa de Porthos, y le obstruyó el paso.
        Sin duda, Porthos tenía sus razones para abandonar esta parte esencial de su traje, pues en vez de dejar libremente la tela, tiró hacia si envolviendo en ella a Artagnan, por un movimiento de rotación, que puede explicarse por la violenta resistencia del obstinado Porthos.
        Artagnan, que oía jurar al mosquetero, quiso salir por debajo de la capa que le cegaba, y procuraba escurrirse por entre los pliegues. Lo que más temía era el haber estropeado el magnífico tahalí del que ya hemos hecho mención; pero al abrir tímidamente los ojos, se halló con su nariz pegada a las espaldas de Porthos, precisamente sobre el tahalí, ¡Ay! Esta brillante prenda, lo mismo que la mayor parte de las cosas de este mundo, que solo tiene apariencia, era de oro por delante y de simple badana por detrás. Porthos, como hombre de rumbo, ya que no podía gastar un tahalí entero de oro, llevaba al menos la mitad; y ahora podrá comprenderse mejor la necesidad del constipado y la urgencia de la capa.
        -¡Canario!-gritó Porthos haciendo los mayores esfuerzos para desembarazarse de Artagnan que le bullía en las espaldas; estáis loco por fuerza para arrojaros de esa manera sobre la gente.
        -Perdonad,-dijo Artagnan, apareciendo por debajo del hombro del gigante;-iba a toda prisa en persecución de uno, y...
        -¿Y olvidáis los ojos por ventura cuando corréis?-preguntó Porthos.
        -No, por cierto,-contestó Artagnan algo picado;-no por cierto, y gracias a mis ojos, he visto lo que no ven los demás.
        Porthos comprendió o no comprendió la alusión, pero lo cierto fue, que dejándose llevar por su cólera...
        -Os prevengo, caballero-dijo-que si os rozáis de esa manera con los mosqueteros, vais a quedar almohazado como las caballerías.
        -¿Almohazado? Caballero,-dijo Artagnan-la palabra es algo dura.
        -La que conviene a un hombre acostumbrado a mirar siempre de frente a sus enemigos.
        -¡Oh! Ya me figuro que no volvéis la espalda a los vuestros.
        Y el joven, encantado de su agudeza, se alejó riéndose a más y mejor.
        Porthos se montó en cólera, e hizo un movimiento como para precipitarse contra Artagnan.
        -Más tarde, más tarde,-le gritó este-cuando no llevéis la capa.
        -Pues a la una detrás de Luxemburgo.
        -Muy bien, a la una-replicó Artagnan doblando la esquina de la calle.(...)
        (...)Fuera de esto, se había comprometido con dos hombres capaces cada uno de matar a tres Artagnanes; con dos mosqueteros, en fin, individuos de un cuerpo respetable y a quienes colocaba allá en sus adentros sobre todos los demás hombres.
        La situación era penosa. Seguro iba a ser muerto por Athos, para nada se acordaba de Porthos. Sin embargo, como la esperanza es lo último que abandona el corazón del hombre, llegó a imaginarse que podría sobrevivir, si bien con terribles heridas, a aquellos dos duelos, y para el caso de supervivencia se hizo las reconvenciones siguientes:
        -¡Qué aturdido y terco soy! Ese valiente y desgraciado Athos estaba precisamente herido en el hombro, contra el cual fui a topar como un carnero. Lo que me admira es que no me haya dejado allí seco, y hubiera hecho muy bien, porque el dolor que le habré causado ha debido ser atroz. En cuanto a Porthos, ¡oh! En cuanto a Porthos, a fe mía que es la cosa más graciosa. Y el joven echó a reír sin querer, mirando no obstante, si por casualidad esa risa sin motivo a los ojos de las personas que le mirasen, podía ofender a algún transeúnte. En cuanto a Porthos, es cosa más graciosa, pero no por eso soy menos aturdido. ¿Es correcto acaso echarse así sobre la gente sin avisar de antemano, y mirar bajo la capa lo que a mi no me importaba? Él me hubiera perdonado si no le hubiese ido a hablar de ese maldito tahalí en palabras embozadas, aunque embozadas con cierta gracia. ¡Vamos! soy un maldito gascón, y sería capaz de estarme burlando sobre las parrillas en que me asaran. Vaya, pues, amigo Artagnan,-continuó hablando consigo mismo con toda la calma que creía convenirle;-si escapas de esta, cosa que será difícil, es preciso que te citen como modelo; ser prudente y bien educado no es ser cobarde. Ahí tienes a Aramís que es la gracia, la dulzura en persona. Y bien, ¿ha podido decir alguien que Aramís sea un cobarde? No por cierto, y desde ahora me propongo tomarle en todo por modelo. Justamente le veo allí.
        Artagnan, caminando sin cesar a pesar de hablar consigo mismo, había llegado a algunos pasos de la calle de Aiguillón, delante de la cual había visto que estaba Aramís en conversación con tres caballeros, guardias del rey. Aramís por su parte no había dejado de conocer a Artagnan; pero recordando que el señor de Treville se había acalorado fuertemente aquella mañana delante de ese joven, y no siéndole de modo alguno agradable la presencia de un testigo de las reconvenciones que aquél había dirigido a los mosqueteros, hizo, como suele decirse, la vista gorda.
        Artagnan, por el contrario, muy en ánimo de seguir sus planes de conciliación y cortesía, se aproximó a los cuatro jóvenes, haciéndoles un profundo saludo acompañado de una graciosa sonrisa... Aramís inclinó ligeramente la cabeza, pero sin manifestar la más leve sonrisa. Por lo demás, los cuatro interrumpieron al punto su conversación.
        Artagnan no era tan negado que no conociese que estaba allí de sobra, pro no tenía aún bastante mundo para salir airosamente de una posición falsa, como es generalmente la de un hombre que se reúne a personas a quienes apenas conoce, y se mezcla en una conversación que no le concierne. Buscaba, pues, interiormente un medio de sacarse lo menos mal posible de aquella situación embarazosa, cuando advirtió que Aramís había dejado caer en el sueño su pañuelo, y sin duda por inadvertencia tenía el pie puesto encima. Parecióle oportuna la ocasión de reparar su falta, y bajándose con el aire más gracioso que pudo, sacó el pañuelo de debajo del pie del mosquetero, a pesar de los esfuerzos que éste hacía para retenerlo, y entregándoselo dijo:
        -Creo, caballero, que sentiríais perder este pañuelo.
        El pañuelo estaba, en efecto, ricamente bordado, y se veía marcada una de sus puntas con unas armas y una corona. Aramís se puso encendido como el carmín y arrebató más bien que tomó el pañuelo de las manos del gascón.
        -¡Hola! ¡Hola!-exclamó uno de los guardias.-¿Dirás ahora, discreto Aramís, que estáis en desgracia con madama de Bois Tracy, cuando esta hechicera dama tiene la atención de prestarte sus pañuelos?
        Aramís lanzó a Artagnan una de esas miradas que hacen comprender a un hombre que acaba de hacerse un mortal enemigo, y añadió en seguida, recobrando su habitual dulzura.
        -Os equivocáis, caballeros, este pañuelo no me pertenece, y no se por qué este hombre ha tenido el capricho de entregármelo a mí más bien que a cualquiera de vosotros; en prueba de ello, ved aquí el mío.
        Diciendo esto, sacó del bolsillo su pañuelo, que era también muy elegante y de fina batista, sin embargo de que este género costaba en aquella época muy caro; pero no tenía bordado alguno, ni armas, y solo la cifra de su propietario.
        Por esta vez Artagnan se quedó cortado enteramente, pues había conocido su torpeza. Pero los amigos de Aramís no se dejaron convencer a pesar de su negativa, y dirigiéndose uno de ellos al joven mosquetero, afectando un aire serio:
        -Si fuera cierto lo que manifiestas,-le dijo-querido Aramís, me vería precisado a reclamártelo, pues como sabes, Bois Tracy es uno de mis íntimos amigos, y no puedo consentir que sirvan de trofeo las prendas de su mujer.
        -No reclamarías debidamente,-respondió Aramís-y aún cuando reconociese la justicia de tu reclamación en cuanto al fondo, la resistiría en cuanto a la forma.
        -El hecho es, añadió Artagnan con timidez, que no he visto caer el pañuelo del bolsillo del señor Aramís, sino solamente que éste tenía puesto el pie encima y he creído por esta circunstancia que el pañuelo era suyo.
        -Y os habéis equivocado, querido señor-repuso con frialdad Aramís, muy poco satisfecho con semejante expresión. Y volviéndose en seguida hacia el guardia que se había manifestado amigo de Bois Tracy, continuó:-por otra parte, señor amigo íntimo de Bois Tracy me considero tan amigo de este caballero como tu mismo, y por consiguiente el pañuelo ha podido muy bien haberse caído tanto de tu bolsillo como del mío.
        -No, a fe mía-exclamó el guardia de S.M.
        -Tu jurarás por tu honor y yo bajo mi palabra, de modo que uno de los dos tendrá forzosamente que mentir. Hagamos, pues, una cosa mejor. Montarán y tomaremos cada uno la mitad.
        -¿Del pañuelo?
        -Si.
        -Perfectamente,-exclamaron los otros dos guardias:-el juicio de Salomón.
        -Por vida nuestra, Aramís, que eres hombre de ingenio.
        Los jóvenes prorrumpieron en sonoras carcajadas, y como es de presumir, el asunto no tuvo otras consecuencias. Un instante después cesó a conversación, y los tres guardias y el mosquetero, apretándose cordialmente las manos, se marcharon, aquellos por un lado y Aramís por el otro.
        -He aquí el momento de hacer las paces con este apuesto mancebo-dijo entre sí Artagnan, que se había mantenido algo apartado durante la última parte de aquella conversación; y acercándose con ese buen propósito a Aramís, el cual se alejaba sin parar mientes en él:
        -Caballero,-le dijo-espero que tendréis la bondad de perdonarme.
        -¡Caballero!-interrumpió Aramís-permitidme que os diga que no os habéis conducido en esta ocasión como conviene a una persona de honor.
        -¡Qué! Supondréis...
        -Supongo que no seréis un necio, y que sabréis muy bien, aunque recién venido de Gascuña, que no se pisan sin motivos particulares los pañuelos de bolsillo. París no se halla emparedado de bestias.
        -Siento, caballero, que tratéis de humillarme de ese modo-repuso Artagnan, en quién el genio camorrista principiaba a sobreponerse a sus resoluciones pacíficas.-Soy gascón, es verdad, y supuesto que lo sabéis, no tendré necesidad de deciros que los de mi país son un poco sufridos, y que cuando han llegado a dar sus excusas, aunque sea por una necesidad, creen que han hecho la mitad y más de lo que les corresponde.
        -Caballero, lo que os he dicho,-replicó Aramís-no es en ningún modo con ánimo de armar disputa. A Dios gracias no soy espadachín, y no siendo mosquetero más que interinamente, nunca me bato, sino cuando me veo precisado a ello, y eso con grande repugnancia. Pero esta vez, el negocio es grave, porque ay de por medio una dama a quién habéis comprometido.
        -¡Yo! ¡Pues está bueno!-exclamó Artagnan.
        -¿Por qué habéis cometido la torpeza de levantar ese pañuelo del suelo?
        -¿Y por qué habéis cometido vos la torpeza de dejarlo caer?
        -Ya os he dicho, y lo repito, caballero, que ese pañuelo no ha caído de mi bolsillo.
        -¡Pues bien! Ya habéis mentido con ésta dos veces, porque yo mismo lo he visto caer.
        -¡Hola ¡Lo tomáis en este tono, señor gascón! Pues bien, ya os enseñaré a vivir.
        -¡Ya os lo dirán de misas, señor clérigo! Tirad al momento de vuestra espada.
        -No haré tal, si lo tenéis a bien, amigo, o por lo menos, no en este sitio, ¿No veis que estamos frente a la casa de Aguillón, que está toda llena de hechuras del cardenal? ¿Quién me asegura que su eminencia no os haya encargado que le llevéis mi cabeza? Y os prevengo que la quiero con exceso, porque me parece que sienta muy bien sobre mis hombros. No rehúso mataros; en cuanto a este punto podéis estar tranquilo; pero deseo mataros con menos bulla, en un sitio cerrado y cubierto donde no podáis jactaros de vuestra muerte con persona alguna.
        -Puede que así sea, pero con todo no confiéis demasiado, y llevad vuestro pañuelo, bien os pertenezca o no, porque tal vez tengáis que hacer uso de él.
        -Sois gascón-repuso Aramís socarronamente.
        -Si, pero el gascón nunca diferiría un duelo por una prudencia.
        -Caballero, la prudencia e una virtud bastante inútil para los mosqueteros, pero indispensable a la gente de la iglesia; y como yo no soy mosquetero sino provisionalmente, necesito ser prudente. A las dos tendré el honor de esperaros en el palacio del señor de Treville. Ahí os indicaré sitio muy a propósito.
        Saludáronse los jóvenes y en seguida se alejó Aramís subiendo por la calle que conducía al Luxemburgo, mientras Artagnan, viendo que se acercaba la ora, tomaba el camino del Carmen Descalzo, diciendo para si:
        -Seguramente ya no puedo volverme atrás; pero al menos, si he de ser muerto, lo seré por un mosquetero.


Como lo que quería poner resultó incluso más largo que la historia de María Michón, voy a dejar lo que sigue para la otra actualización... luego podré hablarles de Fox y esas cosas...

5.4.06

de los pasajes de María Mchón

Estaba releyendo mi linda saga de Los Tres Mosqueteros/Veinte Años Después/El Vizconde de Bragelona y cuando llegue a esta parte, no se porque, me dieron ganas de ponerla acá. Este es uno de mis capítulos favoritos, por la intriga, el secretismo y la tontería, creo que me gusta pq es uno de los más simples, así que acá les dejo, un fragmento del capítulo XXII de Veinte Años Después. Supongo que si no han leído los libros no es un fragmento entretenido, así que siempre pueden esperar a la siguiente actualización para leer algo más entendible ^^
       
Una aventura de María Michón.
        (...) Respiraba tanta nobleza la persona que acababan de anunciar bajo un nombre para la señora de Chevreuse hasta entonces desconocido, que ésta se incorporó e hizo al conde una afable seña de que se sentara junto a ella.
        Athos saludó y obedeció, y al ver que el lacayo iba a retirarse, levantó la mano como para indicarle que aguardase un momento.
        –Señora, dijo a la duquesa, he sido bastante audaz para presentarme en vuestro palacio sin tener la honra de ser conocido por vos; y que el buen éxito ha coronado mi atrevimiento, lo prueba el que os hayáis dignado recibirme. Ahora me animo a solicitar de vos que me prestéis media hora de atención.
        –Concedido, caballero– contestó la duquesa sonriéndose del modo más afable.
        –Pero, siendo mi ambición insaciable, todavía tengo otra exigencia, señora–repuso Athos–. La entrevista que solicito de vos desearía que fuese cara a cara y durante la cual quería en el alma que no nos interrumpieran.
        –No estoy en casa para persona alguna–dijo la duquesa al lacayo–. Podéis marcharos.
        El lacayo obedeció.
        Hubo un instante de silencio, durante el cual aquellos dos personajes, que a la primera mirada se apercibieron ser ambos de nobilísima estirpe, se examinaron mutuamente con todo desembarazo.
        –Pero caballero–profirió la duquesa al cabo de algunos segundos y sonriéndose muy finalmente–, ¿no veis que estoy esperando con impaciencia?
        –Y yo, señora–repuso Athos–contemplo con admiración.
        –Perdonad caballero–dijo la señora de Chevreuse–, pero me aguija la curiosidad de saber con quién estoy hablando. Es incontestable que sois persona que pertenecéis a la corte, y no obstante nunca os he visto en palacio. ¿Por ventura salís de la Bastilla?
        –No, señora–respondió Athos sonriéndose–, más podría darse el caso de que estuviese en la vía que a ella conduce.
        –¡Ah! si es así, apresuraos a decirme quién sois y marchaos, repuso la duquesa con el gracejo que tan bien le sentaba, pues ya estoy bastante comprometida para añadir leña al fuego.
        –¿Quién soy señora? Ya os han dicho mi nombre, soy el conde de La Fere. Este nombre lo habéis ignorado hasta ahora pero en otros días ostentaba yo otro que tal vez llegó a vuestros oídos, pero que tal vez habréis olvidado.
        –¿Cuál?
        –Athos.
        La duquesa abrió unos ojos tamaños; era evidente que, como dijera el conde, aquel nombre se había conservado en la memoria de la dama, aunque muy confuso entre sus antiguos recuerdos,
        –¿Athos decís? Aguardaos un instante–dijo la duquesa–; y se llevó las manos a la frente como para obligar a las fugitivas ideas que en ella bullían que se fijaran por un instante, a fin de ver claro en medio de su brillante y abigarrado tropel.
        –¿Queréis que os ayude a recordar, señora? –dijo Athos
        –Si que quiero–respondió la duquesa, ya fatigada de buscar.
        –El tal Athos era amigo de tres jóvenes mosqueteros que se llamaban Artagnan, Porthos y...
        Athos se interrumpió.
        –Y Aramis, añadió con viveza la señora de Chevreuse.
        –Esto es–repuso Athos–. ¿Con que no habéis olvidado del todo ese nombre?
        –No–respondió la duquesa. ¡Pobre Aramis! Era un caballero cumplido, elegante, discreto y no mal poeta: creo que ha tenido mal paradero.
        –Peor no podía tenerlo señora: se hizo cura.
        –¡Que desgracia! –profirió la duquesa jugando negligentemente con su abanico–. Os doy las gracias caballero.
        –¿De qué, señora?
        –De haberme refrescado ese recuerdo, uno de los más gratos de mi juventud.
        –¿Entonces me permitís que os refresque otro? –preguntó Athos.
        –¿Referente a él?
        –Si y no.
        –Decid, con un hombre como vos lo arriesgo todo–repuso la duquesa.
        –Aramis–continuó Athos–, tenía relaciones con una joven lencera de Tours.
        –¿Una lencera de Tours? –exclamó la señora de Chevreuse.
        –Si, señora, una prima suya, a quién llamaban María Michón.
        –¡Ah! la conozco–profirió la señora de Chevreuse–, es la persona a quién él escribía desde el sitio de La Rochela para ponerla sobre aviso respecto de una conspiración que se estaba tramando contra el pobre Buckingham.
        –Justamente–dijo Athos–; ¿me autorizáis para que os hable de ella?
        La señora de Chevreuse miró con atención a Athos.
        –Os autorizo–dijo–, pero con una condición, y es que no digáis demasiado mal de ella.
        –Si así lo hiciera, sería yo un ingrato–profirió Athos–, y para mí la ingratitud, más que una falta o un crimen, es un vicio, lo cual resulta peor.
        –¡Qué! ¿Vos ingrato para María Michón?–dijo la duquesa esforzándose en leer en los ojos de Athos–. ¿Cómo puede ser si nunca habéis conocido personalmente?
        –Quién sabe, señora–replicó Athos–. Hay un refrán que dice que solamente las montañas son las que nunca se encuentran, y los refranes son a veces el evangelio.
        –Continuad, caballero, continuad–dijo con viveza la señora de Chevreuse–; no podéis figuraos cuánto me distrae vuestra conversación.
        –Me dais alientos, señora; voy a proseguir pues. Aquella prima de Aramis, María Michón, en una palabra, la joven lencera, a pesar de su condición vulgar estaba relacionada con elevadísimos personajes; daba título de amiga a las más ilustres damas de la corte, y la reina misma, no obstante ser ésta tan orgullosa en su doble condición de austriaca y española, la apellidaba su hermana.
        –¡Ay!–dijo la duquesa lanzando un ligero suspiro y arrugando un poco el ceño–, ¡Cuánto han cambiado las cosas desde esa época!
        –Y la reina tenía razón–prosiguió Athos–; porque la lencera era devotísima hasta el extremo de servirle de intermediario con su hermano, el rey de España.
        –Lo cual le tachan hoy como un crimen–repuso la señora de Chevreuse.
        –Tanto es así–contiunó Athos–, que el cardenal, el verdadero cardenal, el duque de Richelieu, a lo mejor resolvió hacer arrestar a la pobre María Michón y encerrarla en el castillo de Loches. Afortunadamente, las cosas no pudieron llevarse a término tan en secreto que no transpiraran. El caso estaba previsto y si a María Michón le amagaba algún peligro, la reina debía hacer llegar a manos de la lencera un libro de horas encuadernado en terciopelo verde...
        –Esto es, caballero–interrumpió la duquesa–: bien instruido estáis.
        –Cierta mañana, María Michón recibió por mano del príncipe de Marcillac el libro. No había ni un instante que perder. Por suerte, María Michón y una de sus doncellas, apellidada Ketty, vestían admirablemente el traje de hombre. El príncipe procuró a María Michón un traje de caballero y otro de lacayo para Ketty, amén de des briosos caballos, y las dos fugitivas salieron precipitadamente de Tours, tomando el camino de España, temerosas y por sendas extraviadas y solicitando hospitalidad donde no encontraban mesón o venta que les acogiese.
        –En verdad, no puede ser más exacto lo que estáis contando–profirió la duquesa batiendo palmas–. Realmente sería curioso...
        –¿Que yo siguiese a las dos fugitivas hasta el término de su viaje? –repuso Athos al ver que la señora de Chevreuse se interrumpía–. No señora, no abusaré robándoos el tiempo; solo las acompañaré hasta una pequeña aldea del Limosín situada entre Tulle y Angulema, una aldehuela conocida con el nombre de Roche.l’Abeille.
        La señora de Chevreuse lanzó un gritito de sorpresa y miró a Athos con asombro, que hizo sonreír al antiguo mosquetero.
        –No os apresuréis, señora–prosiguió Athos–, pues lo que me falta deciros es todavía más extraño que lo dicho hasta aquí.
        –Caballero–replicó la duquesa–, como os tengo por brujo, todo lo espero; pero en verdad... no importa, proseguid.
        –Aquel día la jornada había sido larga y fatigosa. Era el 11 de octubre; en la aldehuela aquella no había posada ni castillo, y las casas de los campesinos eran muy míseras y sucias. María Michón que era persona grandemente aristocrática y lo mismo que la reina, su hermana, estaba acostumbrada a los buenos olores y a la lencería fina, resolvió pues, pedir hospitalidad en casa del párroco.
        Athos hizo una pausa.
        –¡Oh! Continuad, continuad–exclamó la duquesa–, ya os he dicho que lo esperaba todo.
        –Las dos viajeras llamaron a la puerta–prosiguió el conde–, y como era tarde y el cura estaba acostado, éste les gritó desde la cama que podían entrar. Así lo hicieron tanto más fácilmente cuanto la puerta no estaba cerrada, como suele ocurrir en todas las aldeas. En el cuarto en el que estaba el cura, había luz, y María Michón, que hacía el más bizarro caballero del mundo, empujó la puerta, metió la cabeza por la abertura y pidió hospitalidad.
        –Con mucho gusto, mi joven caballero, contestó el cura, siempre y cuando os contentéis con los relieves de mi cena y la mitad de mi cuarto.
        Las dos viajeras se consultaron un instante, cruzaron dos palabras en voz baja, se rieron, y luego el señor, o mejor dicho la señora respondió:
        –Gracias, señor cura, acepto.
        –Pues entonces cenad y haced el menor ruido posible, repuso el cura, pues yo también he corrido todo el día y no me sabría mal dormir esta noche.
        La señora de Chevreuse caminaba evidentemente de sorpresa en sorpresa; de asombro en asombro; ya no estaba admirada, si no estupefacta, y miraba a Athos con expresión indecible; bien se conocía en sus ojos el deseo que tenía de hablar, pero con todo se callaba, temerosa de perder una palabra de su interlocutor.
        –¿Qué más? ¿Qué más? –exclamó la duquesa.
        –¿Qué más? –Repuso Athos–. Ahí está lo más difícil duquesa.
        –No importa, a mi pueden decírmelo todo–replicó la señora de Chevreuse–. Después de todo, eso no me atañe a mi, sino a la señorita María Michón.
        –Es cierto–profirió Athos. Pues sí, María Michón cenó con su doncella, y en cenando y aprovechándose de la licencia del cura, entró en el cuarto en que aquél descansaba, mientras Ketty se acomodaba en un sillón de la primera pieza, es decir, en aquella misma habitación donde habían cenado.
        –En verdad, caballero–repuso la duquesa–, si no sois el mismísimo demonio, no se como podéis ser dueño de tales pormenores.
        –¡Qué mujer más encantadora María Michón!–prosiguió Athos; era una de esas atolondradas criaturas a quienes incesantemente se les ocurren las ideas más singulares, un ser de esos que no vienen al mundo más que para perdición de los hombres. Ahora bien, sabiendo quién era su hospedador, pensó que sería en medio de cuantos otros alegres recuerdos que ya conservaba, agenciarse para su vejez el alegre recuerdo de haber condenado a un sacerdote.
        –Palabra que me asustáis, conde–dijo la duquesa.
        –¡Ay!–repuso Athos–, el pobre cura no era un San Ambrosio, y, lo repito, María Michón era una mujer adorable.
        –Caballero–excalmó la señora de Chevreuse cogiendo las manos de su interlocutor, decidme al punto cómo han llegado a vuestra noticia todos esos pormenores, o envío por un fraile al convento de San Agustín para que os exorcice.
        –Nada más fácil, señora–contestó Athos riéndose–. Un caballero, encargado de una comisión importante, había llegado a casa del cura en demanda de hospitalidad una hora antes que vos, y esto en el instante en que el buen sacerdote, llamado a prestar sus auxilios a un moribundo, salía por toda la noche, no solamente de la rectoría, sino de la aldea. El ministro de Dios, lleno de confianza en su huésped, que de otra parte era un hidalgo, le abandonó casa, cena y cama. Así pues, no fue el buen párroco, sino el huésped de este a quién pidió hospitalidad María Michón.
        –¿Y aquel caballero, aquel huésped, aquel noble que llegara antes que ella?...
        –Era yo, el conde de La Fere–respondió Athos levantándose y saludando respetuosamente a la duquesa.
        La duquesa se quedó por un instante asombrada, luego echándose a reír, exclamó:
        –Por mi fe que el caso es extraño y que la atolondrada María Michón halló mejor que no esperaba. Sentaos, señor conde, y hacedme la merced de proseguir vuestro relato.
        –No falta más que decir el mea culpa, señora. Yo os he dicho que también yo viajaba en cumplimiento de una comisión urgente; al amanecer, pues, salí silenciosamente de la habitación dejando dormir a mi hermoso compañero de cama. En la primera pieza también estaba durmiendo, con la cabeza descansada en el respaldo del sillón, la doncella, por cierto digna de la señora, y como su lindo rostro me llamara la atención, acérqueme, y conocí en ella a Ketty, a quién Aramis colocara en casa de la viajera. Así fue como supe que esta éra...
        –¡María Michón!–dijo con viveza la señora de Chevreuse.
        –María Michón, repuso Athos. Entonces me salí de la rectoría, y me encaminé a la cuadra, donde encontré mi caballo ya ensillado, y a mi lacayo que me estaba aguardando, y partí al instante.
        –¿Y nunca jamás habéis vuelto a pasar por aquella aldea? –preguntó con solicitud la señora de Chevreuse.
        –Un año después, señora.
        –¿Os ocurrió algo?
        –Quise volver a ver al buen cura, y lo encontré sumamente preocupado con lo que acababa de pasar y que para él era un verdadero enigma. Figuraos, señora, que ocho días antes había recibido una cuna con un precioso niño de tres meses, una bolsa llena de monedas de oro y un papel que no contenía más que estas sencillas palabras: “11 de octubre de 1633”
        –Era la fecha de aquella aventura singular–profirió la señora de Chevreuse.
        –Bueno, si, pero el párroco no entendía jota; lo único que él sabía era que había pasado aquella noche a la cabecera de un moribundo, porque María Michón también había salido del pueblo antes que el cura hubiese regresado a la rectoría.
        –Ya sabéis, caballero–repuso la duquesa–, que cuando María Michón regresó a Francia, en 1634, hizo pedir noticias de aquel niño, al cual no podía conservar a su lado por estar fugitiva, pero, de vuelta en París, se proponía educarlo bajo su vigilancia inmediata.
        –¿Y qué le dijo el párroco a María Michón?–preguntó Athos.
        –Que un señor a quién él no conocía se había llevado consigo al niño prometiendo asegurar su porvenir.
        –Y era la verdad.
        –¡Ah! ahora todo lo comprendo–profirió la duquesa–; aquel señor erais vos, su padre.
        –No habléis tan recio, señora–dijo Athos–; está ahí.
        –¡Que está ahí!–exclamó la señora de Chevreuse levantándose de repente–; ¡mi hijo, el hijo de María Michón está ahí! ¡Quiero verlo al instante!...
        –Señora, tened cuidado–atajó Athos–, ved que no conoce a su padre ni a su madre.
        –Comprendo, conde; habéis guardado el secreto, y me lo traéis de esta suerte imaginando cuán dichosa ibais a hacerme. ¡Oh! Gracias, señor conde–profirió la duquesa cogiendo la mano de Athos y esforzándose en besársela; gracias; tenéis el corazón más noble del mundo.
        –Os lo traigo, señora–dijo Athos retirando la mano–para que a vuestra vez hagáis algo por él. Hasta ahora he velado yo por su educación, y estoy muy seguro que he hecho de él un caballero cumplido; pero obligado a anudar la vida errante y peligrosa del partidario, no más tarde de mañana me lanzo a un negocio en el que puedo perder la vida, y entonces no le quedaría más que vos para guardarlo en medio del proceloso mal de la soledad, donde está llamado a ocupar un sitio.
        –Tranquilizaos, conde, exclamó la señora de Chevreuse. Por desgracia gozo hoy de poco favor, pero el poco que me queda lo emplearé en el suyo; en cuanto a su fortuna y a su título...
        –No os inquiete eso, señora; le he sustituido en la tierra de Bragelona, que tengo yo en herencia, la cual le da el titulo de vizconde y una modesta renta de diez mil libras.
        –Es indudable que sois todo un caballero–profirió la duquesa–; pero tengo prisa de ver a nuestro joven vizconde. ¿Dónde está?
        –Ahí afuera, en el salón; con vuestra licencia voy a llamarlo–dijo Athos.
        El conde dio un paso hacia la puerta, pero la señora de Chevreuse lo detuvo preguntándole:
        –¿Es guapo?
        –Se parece a su madre–respondió Athos sonriéndose(...)

       
A que es un lindo pasaje?? Terriblemente largo o-O a la hora de leerlo no había notado lo largo q es, pero me encanta!! >< !!! Además, Athos es por mucho mi personaje favorito, tan gallardo *^* en cuanto pueda regresar a HA lo reclamaré como mío! xDDD